martes, 1 de julio de 2025

¿Por que escribí la colonia del horror? confesiones de un escritor pulp post-moderno.

 

Antes que nada —y sin vueltas— porque el pulp me sacude el estómago como un flechazo de amor a primera vista. Hay algo crudo, visceral y honesto en ese mundo de papel barato y tinta febril que siempre me ha llamado. El tema de un sasquatch tropical con cualidades esotéricas es, para mí, un arquetipo folklórico con sabor a Lovecraft fermentado en la humedad centroamericana, en especial la hondureña. Acá lo conocemos como el Sisimite. Pero no quise dejarlo en su rol tradicional de espantaniños. Sentí que necesitaba una sacudida alquímica, un par de polvos mágicos narrativos para hacerlo más amenazante, más pulp, menos leyenda de fogón.

Desde que tengo memoria, el Críptido centroamericano me pareció un candidato perfecto para una historia. Y claro, no podía ignorar el otro gran motor de este relato: las etnias, con sus cosmogonías fantásticas y surrealistas, que para mí son mucho más elegantes y reveladoras que cualquier teoría del Big Bang o de cuerdas. Hay en esos mitos una ciencia del espiritu que la física aún no sabe nombrar.


Por ejemplo, entre los Pech —una etnia que se dice hija del rayo (¡y caramba, eso suena a Odín!)— circula una historia que no tiene nada que envidiarle a las sagas nórdicas o a los pulps de espada y brujería. Según cuentan, estos pueblos se enfrentaron a un gigante de nombre tan estrambótico como Takascró, en una guerra ancestral que incluyó, entre otras criaturas, lagartijas asesinas. Robert E. Howard habría estado encantado.

Durante un tiempo consideré usar estos mitos sin filtro, a lo bruto, como mero decorado exótico. Pero habría sido una falta de respeto: estos relatos no son simple folclore para los Pech, son parte viva de su cosmogonía. Por eso preferí tomar los arquetipos —gigantes, rayos, sabiduría tribal— y fundirlos con otro tipo de mitología: la de los estafadores ingleses del siglo XIX. Una mezcla inesperada, sí, pero no del todo descabellada. Aquellos embaucadores fueron legión en los tiempos de Bolívar, Morazán y la revolución liberal. Trajeron perfumes milagrosos, promesas de utopía y barajas de tarot. Vendían lo que fuera: oro falso, elixires para la impotencia o mapas de civilizaciones que nunca existieron.

Y ojo, no los juzgo con amargura. Estos tipos, aves de rapiña si se quiere, son dinamita pura para una historia pulp: damas en apuros, caballeros de puño rápido, investigadores con bombín y gabardina, y un mundo al borde de lo imposible.

En la vida real, claro, estos personajes solían acabar tras las rejas o huyendo por las montañas, pero hay algo magnético en su presencia. Uno podría ver en ellos, si se deja llevar, a una especie de maestros shivaitas torcidos, ángeles caídos que a veces —sólo a veces— le devuelven a uno el sentido común con una buena estafa. No defiendo la trampa, pero tampoco niego su poesía. Eso sí: no me interesa dar lecciones espirituales ni morales. El pulp no va de eso. Aunque, si somos honestos, los que lo amamos siempre acabamos dejando alguna moraleja sin querer, como quien deja las luces encendidas al salir de casa.

A mí siempre me han seducido las civilizaciones perdidas, los críptidos folclóricos, los manuscritos esotéricos, las lámparas de gas, y ese olor a tinta vieja que huele a peligro. Por eso terminé tecleando frente a un monitor de trece pulgadas esta novelita: ocho capítulos con investigadores victorianos, estafadores codiciosos y una joven hermosa que ha perdido a su padre. Caramba, cómo me habría gustado ser Tobías Baker para besarla. Pero ella no es un pajarito herido: es una dama en apuros que también sabe ayudar. No me gustan las mujeres impotentes… pero tampoco las que se rebelan sin saber por qué.

Si disfrutas de este tipo de aventuras, si el pulp te hace vibrar como a mí, te invito a echarle un ojo a La colonia del horror, que estará a la venta el 15 de julio en Amazon. Acá les dejo el link : La Colonia del Horror - Amazon

Hasta pronto,

Steven Balkan

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