sábado, 12 de julio de 2025

El Grimorio de Satania - Lo que esta oculto saldrá a la luz




O la verdad siempre busca la luz. ¿No les parece?

No hay escapatoria: el destino de cada ser humano es realizarse, le guste o no. Ya sea este año, esta vida, o la que viene después —con o sin cuerpo— todos acabamos enfrentándonos a lo que alguna vez negamos, rechazamos o nos dio miedo.

El Grimorio de Satania es mi forma pulp de hablar del tema. Una noveleta intuida, más que escrita, con olor a celuloide viejo y papel amarillento. Un bolsilibro de terror, vitaminado con cápsulas de neo pulp americano y una pizca de ocultismo con pretensiones garlandianas. La receta tiene algo de lovecraftian también, si, pero sin esos héroes pasivos y llorones que acaban aullando a la luna encerrados en un pabellón de manicomio. No señor. Aquí hay acción, humor negro, mujeres intensas, y hombres que van hasta el final, incluso si se saltan a la policía.

Horror Express

Siempre me fascinó el horror de serie B, sobre todo el de los 70. Uno, porque no se disculpaba por lo que era. Y dos, porque tenía el valor de mezclar monjes locos, monstruos, escotes, antropólogos y locomotoras en una sola escena sin despeinarse. Un buen masoquista cultural como yo —y como muchos de ustedes, lectores con colmillo— tiene que tener en su altar personal esa joya llamada Pánico en el Transiberiano. Una maravilla hispano-británica donde Christopher Lee, ya entrado en sus años gloriosos y con un bigotazo digno de Creedence, interpreta al profesor Saxton (¡qué nombre, carajo! Suena a whisky con pergamino). A veces creo que Curtis Garland sacaba sus personajes rimbombantes de este tipo de cine: misterio victoriano con espíritu de Deep Purple y olor a revista barata de farmacia.

Si no la has visto, te perdiste media vida: trenes en la estepa, criaturas prehistóricas, cosacos con complejo de Dios, eruditos con gabardina, damas sensuales y sangre, mucha sangre. Pura poesía de fosa común.

Y ya que hablamos de joyas sucias, no puede faltar The Texas Chainsaw Massacre. Un celuloide brutal, mugroso, sin concesiones. La vi en Betamax en casa de mis abuelos, y me dejó con taquicardia existencial durante semanas. Gracias a un tío marinero —héroe de los de antes, con tatuajes de anclas y alma libertina— que cada vez que volvía de navegar traía consigo un lote de cine trascendental: nada de censura, ni musicales asépticos, ni épicas bíblicas donde nadie muestra ni un tobillo.

¿Que si hay detectives? Pero claro que los hay. No son como ese pobre Randolph Carter, que anda deambulando entre sueños y pesadillas cósmicas con la fragilidad de un poeta hipersensible con inclinaciones a nice guy. No señor. Aquí hablamos de un tipo más en la línea de Dean Corso, un buscador sin ilusiones, curtido por una vida tibia y cobarde, que de repente se ve forzado —a punta de calanmidades— a aliarse con un erudito de las artes oscuras. ¿Para qué? Pues para intentar detener a un par de psicópatas místicos obsesionados con los grimorios, el bajo astral y otras porquerías que no se aprenden ni en Hogwarts ni en la U de Salamanca, ni en Rivendel.

Y ¿dónde sucede esto? ¿En Nueva York? ¿En Estocolmo? ¡Por favor! Solo hay un lugar posible: la Inglaterra de los años 70, esa década gloriosa donde el ocultismo era tan común como el bigote de herradura, los pantalones de campana y el vinilo. Donde los ritos luciferinos se colaban en las revistas de moda y el satanismo era más pop que los Bee Gees. Allí, entre discos de Led Zeppelin, posters de Anton LaVey y sesiones de espiritismo con minifalda, la Boleskine House, la infame mansión de Crowley, seguía albergando ecos de rituales malditos, ruidos inexplicables y cuidadores con los pantalones cagados del susto. Porque sí, Jimmy Page vivía ahí, o mejor dicho, mandó a un pobre diablo a vivir ahí mientras él afinaba su Gibson. Y ese pobre diablo quería renunciar cada dos semanas.

Boleskine House


La acción se cuece entre Londres, con sus barrios como el soho poblados de tienditas ocultistas, y un pueblo ficticio al sur, con sabor a té rancio, callejones atiborrados de neblina e iglesias góticas, muy cerca de los acantilados de Dover.

¿Que si hay libros malditos? Claro que sí, pero no esperen otro Necronomicón de segunda mano. Ni un Unaussprechlichen Kulten reimpreso con tapa dura. No, esto es algo peor: un grimorio hecho a medida para tentar al tipo exacto de cerdo ambicioso que no quiere dinero, ni fama, ni gloria espiritual... sino convertirse en el elegido de una larva interdimensional que anhela tanto un amante como un pubere de colegio. Como dijo un sabio advaita en una de esas frases que uno no sabe si reír o temblar: “el mayor de los codiciosos es aquel que quiere iluminarse”. ¡Pues imagínese el que quiere invocarse!

El grimorio de Satania no es el centro de la historia, pero sí su cómplice. Como esos amigos tóxicos que te dicen "solo una copita más" antes de llevarte al abismo. Y en este caso, el abismo tiene olor a pergamino, lodillo, y sangre.

Así que lo invito, querido lector, a pasearse por esta mansión literaria, hecha de tinta, sangre y píxeles, a adentrarse con una linterna vieja en sus pasillos infestados de ideas torcidas, personajes inolvidables y secretos que quizás era mejor no leer.


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Hasta la próxima,


Steven Balkan.






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